-
¿Quién es ese tipo tan raro? Nunca lo he visto por aquí.- pregunta Montoya al
camarero picado por la curiosidad, refiriéndose al tipo con gafas de sol
acodado sobre la barra.
-
¿Ése?- le responde el barman con un grosero movimiento de su ciclópea testa en
la dirección en la que se encuentra el tipejo extraño.
-
Sí, joder, ese tipo extravagante, el que lleva puestas unas gafas de sol en un
bar por la noche. ¿Qué más tíos raros ves tú alrededor? Además, ¿qué diantres
está tomando?
-
Johnnie Walker con bio- solán.
-
¡Pero qué mezcla es esa! ¡Qué extravagancia!
-
No le hagas caso. Ese tío es un vago.
-¿Un
vago?
-Sí.
Uno de esos que subsisten gracias a la caridad y las limosnas de la gente que
se apiada de su desdicha y que repugna el trabajo. ¿No ves qué pinta me trae?
Greñas grasientas, barba sin afeitar, ropa hecha jirones, gafas de sol.
-
Cierto. ¡Vaya un tío guarro! ¡Échalo del bar! Venga, échalo. ¿Por qué no lo
echas? ¿Eh? A mí es que me está dando asco beber con él ahí enfrente. O mejor
aún. Llama al comisario y que él solucione este problema, porque, ¿cuánto
tiempo hacía que no veíamos a un vago en esta ciudad? Dime, ¿cuánto?- Montoya
hace un ademán con la mano al camarero para que le sirva otra copa.
-
Puff. Esos vagos fueron una lacra. Ponzoña, miembros gangrenados que había que
cercenar para proteger la salud de la ciudad- en el ínterin le ha servido a
Montoya su cubata-. Miserables holgazanes, ¿qué se han creído?, ¿qué se puede
vivir parasitando al currante, chupando la sangre al sistema que los acoge?
-
Amén a eso. Vagos del mundo, trabajad como hace un ciudadano modelo, un hombre
de bien. ¿Por qué se apiadan de ellos cuando ninguno de estos rufianes se ven
abrumados por el pago de la onerosa hipoteca del idolatrado piso residencial ni
asaeteados por cartas que los bancos remiten periódicamente informándote de los
compromisos adquiridos que tienes que solventar? ¿Sólo porque cubran sus
cuerpos famélicos con andrajos y ruegan con voz lastimera una limosna merecen
la compasión del resto de personas? Entonces, ¿quién se apiada de mí, que me
levanto día sí día también, como un auténtico imbécil, a las siete de la
mañana, aguanto un trabajo y a un jefe que detesto y trago más y más mierda que
ni quiero ni debo ahora recordar aunque se me pase por las mientes, para no
amargarme el único momento de tranquilidad que tengo antes de llegar a casa y
deprimirme aún más, dime, ¿quién demonios repara en mis zozobras? Las agencias
de viaje, por supuesto, al acecho en la red para venderme unas vacaciones de
diez o quince días donde leches sea porque como un campeón derrotado he logrado
una victoria pírrica. Esa y otras chorradas de la misma índole son la
recompensa al trabajo diligente de todo un año. Fruslerías, en definitiva.
-
Caramba, Montoya, te noto lúcido esta noche. ¡Qué perspicacia la tuya! Yo
siempre he recibido las vacaciones con un fuerte abrazo salobre en la playa.
-
Sí, sí. ¡Eh tú! ¡Sí, tú! El de las gafas de sol. Te invito a un trago.
El tío de las gafas de sol alza la copa
en ademán de agradecimiento, asiente y sonríe. El solícito camarero, es un
profesional y no debe hacer distinciones entre sus clientes, pone otra copa de
whisky y zumo de naranja delante del vago.
-
Quiero ser un vago. Ponme otro trago, anda.
-
Pero qué dices, Montoya. Eso son los vapores del alcohol.- afirma el camarero
jocoso.
-
Cáspita. Me está empezando a caer bien ese tipo. ¡Eh, tú! ¡Brindemos! ¡Por los
pardillos como yo!
El vago ríe y vuelve a alzar la copa,
echa un trago, estornuda, caramba está fuerte el cubata, eso es que el barman
ha sido generoso. Tiene el rostro contorsionado, crispados sus músculos, ceño
fruncido, no obstante, al carajo, está de arte.
-
¡Vivan los vagos!- vocifera Montoya con voz etílica-. ¡Viva su flema!- El vago
enarca las cejas estupefacto ante la espontánea reacción de su interlocutor y
escupe al suelo para luego proferir un -“¡Viva!”- jovial. El barman, que
contempla la escena, reprende al vago por su actitud y lo amenaza con
expulsarlo del local blandiendo el puño en el aire, exasperado, con el rostro
desencajado rojo como un tomate. Sin embargo, Montoya intercede por el vago
restableciendo la paz, no obstante, como no puede contener su risa acaba
sacando de quicio al barman que le espeta un, -“¡Que te jodan!”-, que provoca
una explosión de hilaridad en Montoya.
En el ínterin, el vago se ha descalzado
y colocado su mugriento pie derecho sobre la barra límpida y con un palillo
mondadientes quita la roña adherida a la comisura de las uñas, largas y
afiladas como garras de gavilán, y negrísimas como una noche cerrada, sin
estrellas, de cielo encapotado. Siendo así, en precario equilibrio sobre el
taburete pierde la estabilidad dando con sus huesos y el taburete en el suelo,
llamando la atención del camarero, sobresaltado por el estruendo causado por la
caída, que esta vez sí se dispone a echar al vago de su bar. Pero en ese
momento entra el comisario en el café, retira con gallardía y desenvoltura la
cortina que hay en la entrada y su presencia apacigua los ánimos del barman,
que refrena su ira y recibe con exquisita educación a uno de los gerifaltes, al
que saluda y sirve su pacharán, exhibiendo una actitud tan sumisa y dócil como
repugnante, si cabe más miserable que la presencia del vago.
-
¿Cómo va la cosa?- inquiere el comisario, a la vez que observa al vago
incorporarse en su asiento con mirada inquisitiva-. ¿Quién es usted, joven?
¿Nos hemos viste alguna vez? ¿De dónde viene?
-
Tranquilo, jefe. Enfunde su pistola. Sin querer puede disparar sus balas,
alcanzar mi cuerpo exhausto y herirme de muerte.
-
¡Qué dice!
-
Soy un estudiante recién licenciado que ha iniciado la peregrinación del
guerrero.- dice el vago riéndose a mandíbula batiente en la cara del comisario,
al que salpica con gotitas de saliva desprendidas de sus labios trémulos por la
risa.
-
¡No me tome el pelo, soplagaitas!- responde airado- ¿Sabe usted quién soy?
-
Algún mandamás deduzco por la actitud tan canalla de éste.- señalando con el
dedo pulgar al camarero-. Chismoso y maleducado, me permito añadir.
-
¡Jamás he visto tamaña osadía! Pero, ¡cómo se atreve mequetefre!
-
¿Acaso le he dado motivos para que se dirija a mí haciendo uso de ese
vocabulario tan soez? Estoy sentado en este viejo y quejumbroso taburete sin
importunar a nadie, a mi aire, bebiéndome tranquilamente esta copa, solo y,
entonces, aparecen ustedes asaeteándome con preguntas impertinentes, me gritan,
me insultan y se mofan de mí. Por tanto, ¿no soy yo, quizá, el que debería
estar molesto o enojado?
-
¡Qué dislate! ¿Han oído bien, buenos señores? Recibiendo lecciones de urbanidad
de un miserable vago. ¿Cuál es su actitud ante la vida? Yo se lo diré.
Ninguna.- El vago finge sorpresa con una mueca burlona-. Es usted un paria, un
personajillo sin ambición alguna para quien la vida supone una carga que es
incapaz de soportar. Un despojo humano, una aberración de persona. ¿Sabe que
con que yo quisiese podría hacer que esta noche pernoctase en una sórdida celda
de la comisaría, de modo que así, jovencito ingrato, bufón sin techo que se
burla de la hospitalidad de nuestro pueblo, aprendería a respetar a la
autoridad? Por cierto, ¿ejerce su derecho al voto?
-
¿Que si voto? ¿Y a qué viene eso ahora? Señor camarero retírele el pacharán al
señor comisario y ofrézcale un zumo de tomate porque me temo que el alcohol le
está afectando a sus funciones cognitivas y éste no es el primero que se echa
al coleto. O tal vez, y esta opción me parece la más prudente, hazle callar.
-
¡Diantres! Ahora sí que se ha excedido. ¡Enséñeme su documentación!
-
No.
-
¿Cómo dice?
-
Que nooooooooooo.- dice el vago burlón y arrojando al rostro del comisario una
vaharada de alcohol. Y sentencia: - Borrachín.
-
¡Dios mío dame paciencia!
-
Pídale al señor paciencia y que le quite el pedete que lleva.- y suelta el vago
una carcajada.
-
Joven… - golpea con el puño en la barra con fuerza hercúlea haciéndola vibrar,
derramando los cubatas, toma aire pausadamente y lo expulsa con un profundo
suspiro, entonces emite su sentencia: - Por…-, que es interrumpida.
-
Señor comisario - interviene Montoya-, deje al joven en paz, no está haciendo
nada malo. Además es amigo….
-
Cállase Montoya y márchese a su casa.
-
Pero….
-
Faltarme a mí al respeto. En mi ciudad. ¡Oiga! No quiero vagos aquí. Mañana se
habrá marchado. ¿Entiende? Si no haré que lo encierren por escándalo público.
>>Malditos
vagos- murmura-. Me voy- dirigiéndose al camarero-, pues este joven indeseable
ha conseguido soliviantarme.
-
Adiós, señor comisario.- dócil se muestra el camarero al despedirse.
-
Será gilipollas - asevera Montoya-. Se cree amo y señor de la ciudad.
-
Ssshhhhhhhh. Por favor Montoya, usted no. Usted es un buen hombre. No hable
usted así. Es el alcohol. Eso es, el alcohol lo ha poseído.