lunes, 8 de mayo de 2017

EL VAGO CON FAGAS DE SOL

- ¿Quién es ese tipo tan raro? Nunca lo he visto por aquí.- pregunta Montoya al camarero picado por la curiosidad, refiriéndose al tipo con gafas de sol acodado sobre la barra.
- ¿Ése?- le responde el barman con un grosero movimiento de su ciclópea testa en la dirección en la que se encuentra el tipejo extraño.
- Sí, joder, ese tipo extravagante, el que lleva puestas unas gafas de sol en un bar por la noche. ¿Qué más tíos raros ves tú alrededor? Además, ¿qué diantres está tomando?
- Johnnie Walker con bio- solán.
- ¡Pero qué mezcla es esa! ¡Qué extravagancia!
- No le hagas caso. Ese tío es un vago.
-¿Un vago?
-Sí. Uno de esos que subsisten gracias a la caridad y las limosnas de la gente que se apiada de su desdicha y que repugna el trabajo. ¿No ves qué pinta me trae? Greñas grasientas, barba sin afeitar, ropa hecha jirones, gafas de sol.
- Cierto. ¡Vaya un tío guarro! ¡Échalo del bar! Venga, échalo. ¿Por qué no lo echas? ¿Eh? A mí es que me está dando asco beber con él ahí enfrente. O mejor aún. Llama al comisario y que él solucione este problema, porque, ¿cuánto tiempo hacía que no veíamos a un vago en esta ciudad? Dime, ¿cuánto?- Montoya hace un ademán con la mano al camarero para que le sirva otra copa.
- Puff. Esos vagos fueron una lacra. Ponzoña, miembros gangrenados que había que cercenar para proteger la salud de la ciudad- en el ínterin le ha servido a Montoya su cubata-. Miserables holgazanes, ¿qué se han creído?, ¿qué se puede vivir parasitando al currante, chupando la sangre al sistema que los acoge?
- Amén a eso. Vagos del mundo, trabajad como hace un ciudadano modelo, un hombre de bien. ¿Por qué se apiadan de ellos cuando ninguno de estos rufianes se ven abrumados por el pago de la onerosa hipoteca del idolatrado piso residencial ni asaeteados por cartas que los bancos remiten periódicamente informándote de los compromisos adquiridos que tienes que solventar? ¿Sólo porque cubran sus cuerpos famélicos con andrajos y ruegan con voz lastimera una limosna merecen la compasión del resto de personas? Entonces, ¿quién se apiada de mí, que me levanto día sí día también, como un auténtico imbécil, a las siete de la mañana, aguanto un trabajo y a un jefe que detesto y trago más y más mierda que ni quiero ni debo ahora recordar aunque se me pase por las mientes, para no amargarme el único momento de tranquilidad que tengo antes de llegar a casa y deprimirme aún más, dime, ¿quién demonios repara en mis zozobras? Las agencias de viaje, por supuesto, al acecho en la red para venderme unas vacaciones de diez o quince días donde leches sea porque como un campeón derrotado he logrado una victoria pírrica. Esa y otras chorradas de la misma índole son la recompensa al trabajo diligente de todo un año. Fruslerías, en definitiva.
- Caramba, Montoya, te noto lúcido esta noche. ¡Qué perspicacia la tuya! Yo siempre he recibido las vacaciones con un fuerte abrazo salobre en la playa.
- Sí, sí. ¡Eh tú! ¡Sí, tú! El de las gafas de sol. Te invito a un trago.

         El tío de las gafas de sol alza la copa en ademán de agradecimiento, asiente y sonríe. El solícito camarero, es un profesional y no debe hacer distinciones entre sus clientes, pone otra copa de whisky y zumo de naranja delante del vago.

- Quiero ser un vago. Ponme otro trago, anda.
- Pero qué dices, Montoya. Eso son los vapores del alcohol.- afirma el camarero jocoso.
- Cáspita. Me está empezando a caer bien ese tipo. ¡Eh, tú! ¡Brindemos! ¡Por los pardillos como yo!

         El vago ríe y vuelve a alzar la copa, echa un trago, estornuda, caramba está fuerte el cubata, eso es que el barman ha sido generoso. Tiene el rostro contorsionado, crispados sus músculos, ceño fruncido, no obstante, al carajo, está de arte.
- ¡Vivan los vagos!- vocifera Montoya con voz etílica-. ¡Viva su flema!- El vago enarca las cejas estupefacto ante la espontánea reacción de su interlocutor y escupe al suelo para luego proferir un -“¡Viva!”- jovial. El barman, que contempla la escena, reprende al vago por su actitud y lo amenaza con expulsarlo del local blandiendo el puño en el aire, exasperado, con el rostro desencajado rojo como un tomate. Sin embargo, Montoya intercede por el vago restableciendo la paz, no obstante, como no puede contener su risa acaba sacando de quicio al barman que le espeta un, -“¡Que te jodan!”-, que provoca una explosión de hilaridad en Montoya.
         En el ínterin, el vago se ha descalzado y colocado su mugriento pie derecho sobre la barra límpida y con un palillo mondadientes quita la roña adherida a la comisura de las uñas, largas y afiladas como garras de gavilán, y negrísimas como una noche cerrada, sin estrellas, de cielo encapotado. Siendo así, en precario equilibrio sobre el taburete pierde la estabilidad dando con sus huesos y el taburete en el suelo, llamando la atención del camarero, sobresaltado por el estruendo causado por la caída, que esta vez sí se dispone a echar al vago de su bar. Pero en ese momento entra el comisario en el café, retira con gallardía y desenvoltura la cortina que hay en la entrada y su presencia apacigua los ánimos del barman, que refrena su ira y recibe con exquisita educación a uno de los gerifaltes, al que saluda y sirve su pacharán, exhibiendo una actitud tan sumisa y dócil como repugnante, si cabe más miserable que la presencia del vago.
        
- ¿Cómo va la cosa?- inquiere el comisario, a la vez que observa al vago incorporarse en su asiento con mirada inquisitiva-. ¿Quién es usted, joven? ¿Nos hemos viste alguna vez? ¿De dónde viene?
- Tranquilo, jefe. Enfunde su pistola. Sin querer puede disparar sus balas, alcanzar mi cuerpo exhausto y herirme de muerte.
- ¡Qué dice!
- Soy un estudiante recién licenciado que ha iniciado la peregrinación del guerrero.- dice el vago riéndose a mandíbula batiente en la cara del comisario, al que salpica con gotitas de saliva desprendidas de sus labios trémulos por la risa.
- ¡No me tome el pelo, soplagaitas!- responde airado- ¿Sabe usted quién soy?
- Algún mandamás deduzco por la actitud tan canalla de éste.- señalando con el dedo pulgar al camarero-. Chismoso y maleducado, me permito añadir.
- ¡Jamás he visto tamaña osadía! Pero, ¡cómo se atreve mequetefre!
- ¿Acaso le he dado motivos para que se dirija a mí haciendo uso de ese vocabulario tan soez? Estoy sentado en este viejo y quejumbroso taburete sin importunar a nadie, a mi aire, bebiéndome tranquilamente esta copa, solo y, entonces, aparecen ustedes asaeteándome con preguntas impertinentes, me gritan, me insultan y se mofan de mí. Por tanto, ¿no soy yo, quizá, el que debería estar molesto o enojado?
- ¡Qué dislate! ¿Han oído bien, buenos señores? Recibiendo lecciones de urbanidad de un miserable vago. ¿Cuál es su actitud ante la vida? Yo se lo diré. Ninguna.- El vago finge sorpresa con una mueca burlona-. Es usted un paria, un personajillo sin ambición alguna para quien la vida supone una carga que es incapaz de soportar. Un despojo humano, una aberración de persona. ¿Sabe que con que yo quisiese podría hacer que esta noche pernoctase en una sórdida celda de la comisaría, de modo que así, jovencito ingrato, bufón sin techo que se burla de la hospitalidad de nuestro pueblo, aprendería a respetar a la autoridad? Por cierto, ¿ejerce su derecho al voto?
- ¿Que si voto? ¿Y a qué viene eso ahora? Señor camarero retírele el pacharán al señor comisario y ofrézcale un zumo de tomate porque me temo que el alcohol le está afectando a sus funciones cognitivas y éste no es el primero que se echa al coleto. O tal vez, y esta opción me parece la más prudente, hazle callar.
- ¡Diantres! Ahora sí que se ha excedido. ¡Enséñeme su documentación!
- No.
- ¿Cómo dice?
- Que nooooooooooo.- dice el vago burlón y arrojando al rostro del comisario una vaharada de alcohol. Y sentencia: - Borrachín.
- ¡Dios mío dame paciencia!
- Pídale al señor paciencia y que le quite el pedete que lleva.- y suelta el vago una carcajada.
- Joven… - golpea con el puño en la barra con fuerza hercúlea haciéndola vibrar, derramando los cubatas, toma aire pausadamente y lo expulsa con un profundo suspiro, entonces emite su sentencia: - Por…-, que es interrumpida.
- Señor comisario - interviene Montoya-, deje al joven en paz, no está haciendo nada malo. Además es amigo….
- Cállase Montoya y márchese a su casa.
- Pero….
- Faltarme a mí al respeto. En mi ciudad. ¡Oiga! No quiero vagos aquí. Mañana se habrá marchado. ¿Entiende? Si no haré que lo encierren por escándalo público.
>>Malditos vagos- murmura-. Me voy- dirigiéndose al camarero-, pues este joven indeseable ha conseguido soliviantarme.
- Adiós, señor comisario.- dócil se muestra el camarero al despedirse.
- Será gilipollas - asevera Montoya-. Se cree amo y señor de la ciudad.
- Ssshhhhhhhh. Por favor Montoya, usted no. Usted es un buen hombre. No hable usted así. Es el alcohol. Eso es, el alcohol lo ha poseído.

         El vago lo contempla todo estupefacto. “Fascistas”, piensa.

viernes, 15 de abril de 2016

UNO CONTRA UNO



01.50. Veo en la televisión un programa picante presentado por Lorena Berdún: “Si lo acaricias con dulzura el clítoris de la mujer se agranda y se pone erecto. Para ello puedes usar la lengua o utilizar la punta del pene (me estoy excitando), realizando movimientos circulares y en espiral, arriba y abajo. Debéis pensar, chicos, que los genitales femeninos son como un parque de atracciones, o teclas de un piano que muchos de vosotros aporreáis sin sentimiento”.

02.01. Telefoneo a una compañera de la facultad apasionada del baloncesto y le invito a ver el partido de la NBA en mi casa.

02.50. Libo el néctar azucarado de su sexo con mi lengua- probóscide, labios trémulos de pasión hallan tesoros ignotos y placeres ocultos en besos mimosos sobre su vientre cálido, su cuerpo se arquea y danza convulso, frenético, el comentarista lo define como virtuosismo en el manejo del balón; lozano alpinista de rostro rubicundo escalo por turgentes montañas, dos bolas de fuego que abrasan, me detengo en la ladera, solazado en la contemplación del paisaje, y lamo con fruición su contorno esférico. Corono su cima carmesí mientras juego como el niño curioso mordisqueando los pezones con una sonrisa traviesa en mi faz, y la contemplación de sus ojos verde- azabache me instan a continuar con igual resolución, poseído por el espíritu del romanticismo. El pianista toca una dulce melodía, mis dedos forman una T, el proyectil de cuero gira en el aire trazando una parábola perfecta, horado su sexo anaranjado haciendo vibrar la tupida e inextricable red nerviosa nívea que inerva sus genitales.

03.15. Me dice que lo que más le gusta de mí es la facilidad con la que encesto, que contempla ensimismada el movimiento oscilante de la red con cada canasta anotada.     

viernes, 25 de marzo de 2016

TITO

- “¡Qué asco de vida!”.

         Mis tripas rugían demandando combustible. A eso acaba reduciéndose todo, a la carne. El ser humano es una infame máquina biológica en lucha perpetua por restaurar el equilibrio homeostático de su organismo. Tengo hambre, siento, luego existo.
El viejo león errante, devorador de hombres, sentado en el poyete de una vetusta casa, bebía cerveza, bostezaba, silbaba, aburrido, sin saber cómo matar el tiempo porque, o bien, él era el que imponía su ritmo al tiempo, o bien, ese mismo tiempo inoculaba el veneno del tedio emponzoñando su organismo. El viejo león, ese era yo. Cazaba perdices en el cementerio, donde me las comía, crudas, después de despellejarlas y extraerles las vísceras, pese a que me hallaba en lugar sacrosanto, lugar que respetaba, de descanso y paz eternos. Sin embargo, yo era un hombre hambriento regido por sus instintos más primitivos. Conductas atávicas ocultas en el humano civilizado se manifestaban en mi comportamiento; como el animal salvaje, mi única preocupación diaria se centraba en encontrar alimento que llevarme a la boca. El cultivo espiritual, la reflexión moral o la contemplación de la belleza requieren un esfuerzo intelectual ímprobo, tiempo y tener el estómago lleno. A mí me sobraba tiempo. Y el tiempo que se consume en urdir planes para conseguir comida exacerba la sensación de hambre, te lleva a la desesperación y te aleja de las tareas más sublimes encomendadas al ser humano. Lo repito una vez más: somos carne, huesos, sangre y dolor (entiéndase fluctuaciones en el correcto funcionamiento del organismo).      
         Abordé a tres jóvenes bellos, altos, frisarían el metro ochenta y cinco, sanos, de andar resuelto que pasaban frente a mí y les pregunté por su coche, “Cuál era?”, un opel astra azul marino metalizado, me incorporé, dejé la litrona a un lado sobre el poyete, los saludé estrechando sus manos efusivamente, alabé su buen gusto reiterando lo precioso que era su coche, un coche muy bonito. Ellos sonrieron. Me había especializado en lisonjear a todo aquel que pudiese ofrecerme su ayuda, de hecho, era un comportamiento que surgía espontáneamente prescindiendo de la participación de mi mente consciente, como una respuesta al estímulo de la presencia de gente. Además, diligentemente cuidado, la carrocería bruñida emitía un fulgor que hería las pupilas de mis ojos entrecerrados. A continuación, juzgué que era el momento oportuno y solicité su auxilio rogándoles que me prestasen un euro con el que comprarme un bocadillo para calmar el hambre, y como accedieron gustosamente, sin titubeos, me vi en la obligación moral de recompensarles, así que recurriendo a mi prolija experiencia de la vida en la calle les di un par de consejos que a buen seguro les serían de utilidad en el futuro, porque me resultaron simpáticos, estos jóvenes dadivosos, y porque su coche era muy bonito. En primer lugar, les previne sobre la naturaleza mezquina del ser humano advirtiéndoles que hasta en los actos de bondad, realizados con las más nobles intenciones, subyace un interés egoísta; se lo sinteticé en la máxima -“No os fiéis de nadie”-. Segundo consejo y más importante, atended al menesteroso y si os pide una limosna para comer dádsela, no os figuréis que ese dinero será invertido en comprar drogas, ya que cuando hay gazuza el timorato pierde la vergüenza y los buenos modales se olvidan pues el hambre es una necesidad fisiológica que es imperativo satisfacer; a nadie le resulta agradable importunar a otros, por ese motivo sed caritativos con ellos y no dejéis que insistan en sus ruegos, no os podéis imaginar lo que sufre el alma del pedigüeño.
         Ofrecía mi sabiduría de vagabundo con regocijo mientras los jóvenes escuchaban mis reflexiones atentos, como conspicuos estudiantes enamorados de las virtudes de su maestro. No obstante, el fanfarrón conductor de un mercedes descapotable interrumpió nuestra disertación sobre la actitud para con las zozobras del vagabundo. Los altavoces de su descapotable escupían una música afrentosa para nuestros oídos a un volumen indecente, y el canalla, además, tuvo la osadía de burlarse de mí, -“Vamos Tito”-, vociferó el granuja, provocando las carcajadas de sus acompañantes femeninas; por otra parte, bellísimas. Reaccioné a sus provocaciones blandiendo el puño enérgicamente en el aire, furioso, irritado, airado, como se quiera decir; respondí con una retahíla de exabruptos al tiempo que vituperaba su conducta indecorosa; visualicé su trasero a merced de mi pierna y le propiné un potente puntapié que enrojeció su nalga derecha y, finalmente, cargué el puño en un conato de agresión. Todo ello ante la mirada atónita de mis interlocutores. Consciente de mi locura pasajera, me serené y supliqué me disculpasen por tan injustificada actitud, inusual en alguien como yo, e improcedente, mostrándome, a continuación, como un hombre razonable inflexible ante el escarnio, que en esas situaciones pierde los papeles en contra de su voluntad pero que, no obstante, recupera la compostura con igual rapidez como su temperamento belicoso reprende al lenguaraz.
         Finalizada nuestra conversación, los jóvenes subieron al automóvil. Afligido, los observé acomodándose en los asientos del opel astra azul metalizado- muy bonito. Reían felices, y yo quería compartir su dicha,  no podía no ayudar una vez más a estos jóvenes de noble corazón. Su actitud me había vuelto a reconciliar con la raza humana, a la cual odiaba enconadamente y despreciaba a la que más. Siendo así, cuando ya se marchaban obligué al chico que conducía a que bajase la ventanilla de su asiento, asiéndome con fuerza a la puerta: –“¿Dónde vais?”- les pregunté, -“De acuerdo. Seguid recto, giráis la primera a la izquierda, luego la segunda a la derecha y saldréis a la autovía. Yo me conozco como la palma de mi mano las carreteras de toda España, a mí me han echado de aquellos pueblos y ciudades donde he vivido: Lérida, Valencia, Soria, etc.; y he sido despedido de cuantos trabajos he desarrollado en esos lugares. ¿Sabéis por qué? Porque soy un tipo muy inteligente y eso no es una cualidad que guste a tus jefes, y si, además, también tu atractivo es superior al suyo su dinero ya no le sirve como reclamo con las mujeres, entonces, ¿sabéis que es lo que pasaba? Que yo me las llevaba a todas, las montaba en mi coche, mucho mejor que éste, y follábamos como salvajes en los asientos traseros, les metía la chocha allí dónde sabéis y me comía sus coños, una pluralidad de chochos a mi disposición, de todos los sabores, edades, clases sociales y nacionalidades; y, cómo no, mis resentidos jefes hallaban en la masturbación obligatoria la única salida a su lascivia desenfrenada. Heridos, me despedían y yo, de carácter indómito, que aborrece el trato inicuo, los mandaba a tomar por el culo, hacía las maletas y me iba a otro lado. ¿Sabéis?, el malvado tiene fruición en ver la desgracia ajena, pero yo me marchaba con la cabeza bien alta, exhibiendo una sonrisa ufana que los delataba como indignos competidores”.
         Los jóvenes, finalmente, continuaron su camino: –“Id con Dios. Gracias por todo”-. El sol calentaba el rincón de la calle donde antes descansaba, regresé allí y me repanchingué sobre el poyete. Cada fotón que lamía mi piel me producía un dulce hormigueo muscular. ¿Era, después de mucho tiempo, feliz? Y si así era, ¿por qué? Brindé por ellos, qué demonios, qué buen corazón y qué coche más bonito, ¿de dónde eran?, ¿no se lo pregunté?, bueno da igual, su coche era muy bonito, no tanto como el mío…, ¿quién me dio ese euro? Agarré la litrona y bebí mientras lanzaba al aire la moneda de un euro, que giraba y al girar producía la ilusión visual de una esfera que sube y baja y cae en la palma de mi mano. Jamás pensé que con tan poco fuese más feliz, aunque fuese una felicidad efímera

jueves, 11 de febrero de 2016

CAfÉ CAPpUCcINO


Le pregunté a mis amigos si empapaban la esponja de baño para su aseo corporal antes o después de echar el gel sobre su superficie. Todos ellos respondieron que, obviamente, después, ¡qué tontería de pregunta!, sin olvidar, a continuación, tildar mi interés de frivolidad o extravagancia, o duda trivial y baladí. Sin embargo, únicamente yo fui capaz de colegir de aquéllo, que parecía un asunto intrascendente, una sugerente reflexión: si todos sin excepción ante la misma situación exhibimos el mismo comportamiento, ¿no debe subyacer bajo esa homogeneidad conductual una causa no explicada por ser desconocida y no estudiada al calificar su análisis de insignificante? Después de bañarte, ¿te calzas en primer lugar los calcetines o empiezas vistiéndote por los calzoncillos o braguitas?
Mi esponja, a colación del efímero debate surgido más arriba, es una reproducción del planeta Saturno y a diferencia del resto de esponjas del mundo, la mía llega allí donde las demás no lo hacen, porque mi esponja- Saturno, merced a sus anillos concéntricos, alcanza lugares recónditos de mi anatomía inaccesibles para las demás esponjas.
Le pongo el capuchón al bolígrafo con el que escribo el borrador de ésta historia y, a continuación, me rascó los ojos con ímpetu ya que me pican y los tengo irritados porque antes mientras me duchaba ha caído gel sobre ellos.
El café cappuccino de mi amigo tenía una montaña de nata flotante. Un dulce de barquillo cilíndrico horadaba su cuerpo esponjoso blanco como la nieve. Polvos de canela coronaban la cima. El barquillo emite una tenue luz azulada. Resulta ser un agujero de gusano que en ese momento acaba de abrir un portal interdimensional que conecta nuestro universo con un universo paralelo donde el café cappuccino es blanco como la nieve de este universo no de este otro, del cuál desconozco la naturaleza y las cualidades de su nieve, la nata tiene el color de la cáscara de la castaña y forma una montaña flotante, un dulce de barquillo cilíndrico horada su cuerpo esponjoso, es el extremo opuesto de nuestro agujero de gusano, un agujero negro, con vida, menudo descubrimiento, este año recibo el premio Nobel de Física. Polvos níveos de canela coronan la cima de la montaña de nata.
A las personas, alienígenas, lo que sea que allí vive y habita en ese otro universo, les dirijo la misma pregunta que a mis amigos. Ellos humedecen primero la esponja y posteriormente esparcen el gel sobre su superficie.
Os habréis dado cuenta de que empleo confusamente los tiempos verbales.   Es una consecuencia de los viajes interdimensionales.
         La existencia de universos paralelos en un multiverso burbujeante confinado en una botella verde de sprite hace de nuestro universo un hogar trivial y responde la duda planteada al inicio de este relato: en multitud de universos, todas las posibilidades son plausibles.

viernes, 1 de enero de 2016

SONRÍE PARTE 2

- Tenías razón sobre lo del hotel, Estefanía tampoco creía que fuese la mejor opción.
- Entonces, infiero por tu presencia en el supermercado que habéis acordado un nuevo plan.
- Sí, nos hemos citado el fin de semana pero en su piso.
- Lo importante es que tengáis tiempo para estar solos los dos antes de separaros durante el verano. Para los recién enamorados dos meses se hacen muy largos aunque el teléfono e Internet permitan un contacto virtual continuo e ininterrumpido. Pero no es lo mismo. La mano y los genitales son dos órganos con diferentes sensibilidades.
-  Y el teléfono es frío y distante.
- Quien dice que la mente se ubica en el cerebro y únicamente en el cerebro está equivocado. El cuerpo, como unidad, es el hogar de la mente.
- Sólo puedo pensar en ella y cuando lo hago tengo la sensación de que no sólo actúa el cerebro sino que también mis manos, la piel y el corazón conversan conmigo muy excitados. Todo en mí se ha enamorado de ella. Por consiguiente, el amor que le profeso a Fanny no constituye ningún estado de enajenación mental producto de mi cerebro.
- Amigo Antonio, mediando el amor uno deja de ser ese uno pasado. La vida adquiere tonalidades de color hasta el momento desconocidas. No es ni mejor ni peor. Es una apertura a una realidad diferente. Depende de cómo lo gestiones hallarás la felicidad o la pesadumbre más insoportable. Porque no existen categorías absolutas y todo es relativo y está sujeto a la interpretación que hace uno mismo de esa realidad, asentada en nuestras propias experiencias individuales.
- ¿Sabes?, antes no creía en nada. No entendía a la gente que miraba al futuro con esperanza. ¿De qué servía? Luchar eternamente en una guerra perdida de antemano. Por eso no me tomaba la vida en serio y me enfrentaba al día a día exhibiendo un humor negro irritante, aséptico y melancólico. Empero, ahora, sé que esas personas albergaban un anhelo y en su camino hasta ver satisfecho ese deseo ningún obstáculo era excusa para deponer la voluntad de salir airoso en la lid. Y el amor, como emoción subyacente presente en todos ellos, nutría sus esperanzas. Cualquier amor valía, padres, hijos, cónyuges, credo, ideologías. Mi descubrimiento es que el amor actúa como catalizador de la voluntad de querer del ser humano.
- Sin embargo, y a colación de tu última afirmación, ¿no crees que el tratamiento actual dado al sexo, al amor y a la pareja se ha trivializado, como si lo único importante fuese la participación en una competición inhumana por dilucidar quién de nosotros echa más polvos desposeyendo al mismo sexo de su componente amoroso y convirtiendo al coito en una pulsión animal y al compañero en un banal objeto de una más transacción comercial?
- Bueno, el amor garantiza el establecimiento de un vínculo en la pareja que la proyecta en el futuro. Son dos aspectos directamente proporcionales. A más amor, relación más longeva.
- Sí, eso es. Se ha perdido la dimensión erótica del amor. El erotismo esconde, oculta, se demora, en lo erótico la imaginación juega un papel capital, el erotismo trabaja la creatividad y el actuar creativo embriaga, seduce y hechiza.
- Por consiguiente, los que se aman se convierten en dos artistas que crean su obra genuina: su propia relación sentimental.
- Claro. El compromiso y la fidelidad en la pareja contrastan con la obscenidad de la pornografía explícita y del corto plazo. La pornografía reduce el amor al coito y lo despoja de afecto, cuando el sexo debiera ser el vehículo del amor erótico. Entendido así el sexo deviene espontáneo sin la búsqueda forzada de la satisfacción carnal como un imperativo inexorable.  
- La fusión de la pareja en un solo ser, ¿el hijo?
- Durante el coito los dos amantes unen sus almas y se convierten en uno. Ese uno puede engendrar un hijo o no, pero tanto en uno como en otro caso el acto consuma el amor puro y verdadero que se profesan ambos amantes.
- Entonces, según he entendido yo, y corrígeme si me equivoco, el hecho trivial de masturbarse pensando en tu amada, ¿puede definirse como acto de amor mientras que el sexo frívolo con una mujer de carne y hueso no? No obstante, no reporta el mismo placer.
- Ummm……. Amén a eso, tío. Pero no olvides que somos organismos depositarios de conductas reproductivas moldeadas por la selección natural. Aun así, no dudes de que a lo largo de este caluroso estío hallaré la respuesta a tu perspicaz observación, fortaleciendo mi teoría y aportándole un cuerpo de argumentaciones granítico que asuste y ponga en retirada a posibles detractores inmisericordes como tú.
- ¿Sabes?, algún día en el futuro echaré de menos estas reuniones. Y me niego rotundamente a pensar que todo ésto desparecerá cuando hayamos finado. Quizá sobreviva en forma de transmisión memética en nuestros hijos. O estemos a tiempo de transferir nuestra idiosincrasia (y no solo memoria) a un cuerpo artificial inmortal y compartir nuestras charlas hasta el fin de los días. Imagínate, viejos cyborgs con esqueletos de silicio congregados en la misma sala, bebiendo y siempre con una palabra más que decir acompañando a los últimos procariotas en el crepúsculo de La Tierra. Nada de conversaciones en la red, face to face, sin Webcams ni miradas asépticas.

Antonio y Álvaro se dieron un fuerte abrazo como despedida hasta el curso próximo. Camino de su cubil, Antonio, dichoso, entre suspiros de pasión irrefrenable, fantaseaba visualizando el anhelado encuentro que compartiría con Estefanía ese fin de semana. Reía. Ella, de nombre Estefanía, ojos verdes azabache, mirada perspicaz, melena y tez morenas, senos turgentes, piel tersa, anatomía femenina embriagadora, incitando al pecado, alegre, risueña, vivaracha, inteligente, circunspecta, amante del cine francés, lectora inveterada de Sánchez Dragó, su lengua indómita y versátil era capaz de mantener un diálogo durante horas, milenios, eones así como de juguetear con su pene hasta extraerle la última gota de esperma. Traviesa en el catre, Antonio sólo deseaba hacer el amor con ella hasta el fin de los días, y pasear, porque su elocuente discurso seducía tanto o más que su belleza física. Antonio caía preso del hechizo de sus palabras encadenadas vehementemente en frases, párrafos y soliloquios interminables. Ella, Estefanía o Fanny, como la llamaba cariñosamente en la intimidad, había dibujado una sonrisa indeleble en su rostro otrora taciturno.